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Foto: CadenagramonteFoto: CadenagramonteLa Habana, 28 oct.- El pasado fin de semana la llamada Torre de la libertad, de Miami, acogió a un grupo de farsantes y mercenarios cubanoamericanos y a un personaje muy especial, por lo cínico y genuflexo al imperio que le paga y le manda: el señor Luis Almagro.

El tema era Cuba y todo estaba organizado de manera que el convite  coincidiera con las últimas medidas de la administración Trump contra la Isla de la libertad. Los allí reunidos aplaudían la suspensión de todos los viajes desde Estados Unidos a nueve aeropuertos cubanos, lo que, sin lugar a dudas, afectará principalmente a las decenas de miles de cubanos radicados en esa nación y a sus familias, que ahora se les limita y dificulta viajar a las provincias cubanas donde viven, antes conectadas por compañías aéreas estadounidenses.

El chanchullo era tal que, ese viernes el señor Luis Almagro olvidó que su deber quizá lo llamara a estar en Chile, donde más de un millón de personas se lanzaron a las calles a exigir el fin de las medidas neoliberales y, de paso, del gobierno de Sebastián Piñera.

En el país austral hubo muertos, heridos, detenidos, debido a la represión gubernamental. La OEA y su secretario general, de servir para algo la organización y su guía, debieron al menos hacer una declaración de condena por esas acciones. Pero estaba ocupado en el “caso Cuba”, y no se quiere quedar fuera en cualquier conspiración al respecto.

Así, Almagro prefirió, o sus amos de Washington le ordenaron, viajar a Miami –la cuna de la contrarrevolución cubana y latinoamericana–, para desde allí, ante un público muy selecto de farsantes o mercenarios, lanzar diatribas contra Cuba.

Mientras los jóvenes chilenos eran golpeados y pateados por los uniformados carabineros, cuando ya los primeros 18 muertos contabilizados estaban sepultados, y cientos de heridos aún convalecen y más de tres mil personas están encarceladas, el paliducho personaje de la OEA disfrutaba de un convite festivo y aplaudía la decisión de Trump de nuevas sanciones contra Cuba. 

Nada de lo que ocurría en Chile le interesaba, aunque sí, estaba al tanto de las mentiras fabricadas por sus “observadores” enviados a las elecciones en Bolivia, sobre todo para cuestionar la irrefutable victoria de Evo Morales.

Pero esta vez Cuba era el foco de atención, y tenía que hacer el buen papel de servil empleado de Washington, junto a un grupo de personas que nada significan ni entre ellos mismos, pero que mucho dinero sacan del negocio de la contrarrevolución.

Fue un show mediático llamado a establecer “una hoja de ruta para una transición en Cuba” (no nos perdamos el nombrecito, que es el mismo adoptado por Estados Unidos en todos los lugares en los que ha intervenido militarmente, invadido, ocupado y desestabilizado), donde farsantes y bufones hacían gala de su apego al desprecio para con la Cuba que resiste y triunfa.

Algunos ejemplos de quiénes son las voces en estos actos: el congresista de origen cubano Mario Díaz-Balart, quien alabó que la administración de Trump esté “tomando medidas firmes y sin precedentes contra las dictaduras de Castro y Maduro”.

Una mercenaria de poca ética que, con cualquier pretexto, incluso familiar, se pasa la vida viajando entre Miami, Europa y Sudamérica,  aplaudió el “propósito para lograr un cambio en Cuba”.

Cuando al parecer ya era suficiente para los oídos de la representante de Trump, la señora Carrie Filipetti, subsecretaria de Estado adjunta para Cuba y Venezuela, tomó el micrófono y repitió el famoso compromiso de que “dondequiera que ustedes estén, allí estamos nosotros”.

Finalmente enfatizó que «la política de Estados Unidos es muy clara: simplemente queremos un retorno a la democracia en Cuba».

Para no quedar sin decir cualquier cosa, dos mercenarios del exilio manifestaron su “total respaldo” a toda acción de Estados Unidos para asfixiar al pueblo cubano.

Concluido el espectáculo circense, me imagino que, unos y otros, incluyendo a Almagro, abrieron sus manos en espera de la limosna que les entregaría la USAID o el Departamento de Estado, por apoyar a un gobierno y a un presidente, empeñados en hacer rendir por hambre al pueblo cubano.

Ya desnudos, mercenarios y farsantes deben saber –y saber bien– que con Cuba y su pueblo no podrán nunca, y ni siquiera lograrán que les concedamos “ni un tantico así”. (Tomado de Cadenagramonte)