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Como en una estampida cinematográfica bajábamos la escalinata de Quintero, sobre sus cimientos del quinquenio gris, hacia el aula ¨magna¨35, iluminada para la ocasión con la antorcha intermitente de los retroproyectores, a la velocidad de 600 reproducciones de arte por semana; aquí holgaba: ¨La cantidad hechizada ¨.

Para un primer año aquella linterna deslumbrante nos hacía sentir, seguramente, como el público asistente a la feria de París en los días memorables en que el kinetoscopio era a la vez una exhibición y una novedad inventiva.

El aula 35 sería la mejor caverna para protegernos del gélido ambiente a preuniversitario, todavía dominante hasta el 2do piso del edificio. Había mucha imantación en aquel cubículo y el arte nos aparecía en sus propias visiones cargado de ritualidad, adentrándonos en círculos de fuego a través de la magia propiciatoria; Altamira testificaba con la transcripción de fonemas ibéricos como los de ¨El Hombre y la tierra¨, pues fue en forma de testimonio y audio real que supimos de ese hallazgo.

Francisco Prat Puig, catedrático fundador de la Universidad de Oriente,  agradece la orden de Isabel la católica.Francisco Prat Puig, catedrático fundador de la Universidad de Oriente, agradece la orden de Isabel la católica.

La voz de Prat resonaba rugiente, igual al de aquel relieve asirio – visto en su clase – mostrándonos un rebaño bramar mientras rebatía el cuerpo. Con el lastre de su pierna muenca avanzaba entre las hileras de mesas rozándolas para apoyarse, era el único modo de llegar hasta mí en el fondo del aula.

¡Niño Martín! ¿Qué me haría sin usted? Jalonaba ese reconocimiento alguna vez que el ajetreo de su memoria al grito nauta de ¡tierra ¡ se enredaba a lo concreto-sensible de mis pies vivaces.

Hoy mientras escribo recortando con ternura al maestro, por cierto no siendo aquel joven tampoco, y habiendo experimentado varias veces últimamente la angustia que causan los lapsus mentis públicos, comprendo mejor, al sentirlo en mi propia carne, la desesperación que debieron causarle aquellos vacíos-no solo en aspectos geográficos- de su deshecha y patrimonial memoria. A pesar de todo, suculenta fuente de mi saber agradecido.

Envuelta toda la clase en la atmosfera contemplativa de aquel homérico momento, bañado de emoción y de complicidad tutoral inevitable, percibía a lo interior el otorgamiento con gratificaciones de algo más que una palmada por mi eficaz colaboración: “¡Niño Martín! ¿Qué me haría sin usted?”, allí el maestro me aceptó como su discípulo.

A propósito, los días que faltaba a su clase, durante el pase de lista comentaba mi ausencia así: “él se cree que porque sabe geografía..” Dichas expresiones suyas, las que a veces conocía por comentarios, contradictoriamente me mortificaban-dada su alocución pública- y por igual me parecían simpáticas.

Prat estaba dedicado a su labor docente, era el objeto de su vida, por ello ejercía un magisterio vehemente, no estaba molesto por mi ausencia de días anteriores, sino por yo haber perdido el contenido tratado allí que él deseaba de todo corazón transmitirme, o dicho con más altura académica “legarnos”.

O acaso pudieran olvidarse sus repentinos brotes histriónicos, cuando alguno de mis compañeros -de parranda la noche anterior- cabeceaba involuntariamente sobre la mesa, aprovechando el oscurecimiento del aula durante las sesiones dedicadas a la proyección de diapositivas de obras maestras del arte; Prat en tal caso, encolerizaba como la ira de Zeus profiriendo fervorosos apotegmas: “¡No le está permitido dormir solo frótese los ojos ante tanta grandeza!”.

Durante los encuentros, magistralmente abría muchas ramificaciones a la exposición, a veces sin el retorno que el método elemental de enseñar exige.

Frente a la reproducción fotográfica de una obra construida bajo emblemas arquitectónicos de la ingeniería militar del gótico tardío, en su versión alpina y flanqueada dicha localización por el cordón hullero en la Alsacia del reclamo histórico francés, el profesor Prat saciaba su sapiencia manoseando cada tuétano del asunto.

Lógicamente, primero la identificaba contrapunteando la presentación completa del autor, es decir no limitándose a lo biográfico y curricular del artista, al enfocar en su análisis los aspectos estructurales, funcionales, constructivos, de diseño general, de significación militar, política y económica de la misma, a la que seguiría una relación de los valores y la vigencia contemporánea de la edificación, el apego a técnicas constructivas características del período, a materiales empleados, hasta una historia minuciosa del descubrimiento y origen de esos materiales…

Iba urdiendo su web, al remontarse a la causa de cada causa, buscando las primeras causas con una vastedad especializada de los recursos lingüísticos que obligaban a métodos auxiliares, las hojas finales de mis libretas eran sin exagerar glosarios de la editorial Grijalba, aún más complejo al estar convoyado su vocabulario por modismos y giros de acento natural en su ascendente catalán.

De conformidad, las notas que le tomábamos en sus clases bien podrían pasar por ¨textos bretónicos ¨, apropiándome de una frase entonces en boga académica y muy al uso por mis docentes en aquellos años estudiantiles; aquel primer año las clases de Prat se vivían como un reto.

Nos sorprendió una mañana de octubre– también bajo la amenaza de ciclón – en que compartió colchón con el anuncio de las calificaciones al trabajo de control de avanzada.

Como luego comprobaríamos durante cinco años laborantes, de espiritualidad y tutelar madre nutricia, era su costumbre hojearlos, hacer mención de la nota individualmente, que en él añadía – de excepción en toda la Universidad de Oriente – los matices de plus y minus graficando -4 ó 5+, no como los dogmas al estilo de la ¨rancia educación prusiana¨, sino como revelación de las posibilidades diferenciadoras y potenciales de la individualidad, salpicándole algunas veces, si merecía su consideración, comentarios salivosos y verbosamente críticos en torno al más amplio espectro del asunto para finalmente devolverlos – de ipso facto - a cada estudiante.

Pero otras veces hacía señalamientos escritos en un apartado, sobre el mismo pliego del examen, referidos a éste o de diversa índole y alcance, a la nostalgia de mi memoria le fue petrificador uno de ellos: ¨De cierta dispersión en sus ideas, percibo que algo personal le preocupa, tal vez pueda ayudarle¨.

De aquellas invariables conferencias introductorias, al iniciar un nuevo tema, han quedado para siempre: su lección geográfica con su personal originalidad pedagógica.

Prat nunca se auxiliaba de los dinosaurios, palabras suyas para embromar a los proyectores de vista fija, ni de los mapas impresos en Leipzig, dibujaba estos últimos a mano alzada en la pizarra frente a nosotros, que íbamos llegando sin su advertencia pues encantado figuraba la plantilla lineal de un país, una región o de un continente. Su trazo ya anciano era idóneo a la irregularidad de la costa europea, era casi táctil su ideación del Peloponeso.

Portada de El Pre Barroco en Cuba, obra cumbre del Doctor Prat.Portada de El Pre Barroco en Cuba, obra cumbre del Doctor Prat.

No era dar una forma más o menos aparente de la forma real, era representar con veracidad cada accidente; pero a partir de la imagen en su mente. Presumo de saber geografía, y junto a mi admiración y respeto por el maestro, a veces me impulsaba el instinto de emularlo, siempre fueron intentos sin porvenir.

La universidad contaba con un fondo vasto de mapas grafiados en Haack Gotha, no era un medio todavía despreciado y sí en pleno uso, que él más que nadie conocía y no obstante, ignoraba por una elección más didáctica, creativa y auténtica.

Sólo a un artista el profesor Prat dedicó dos conferencias íntegras, el pintor holandés del siglo XVII Harmenz Rembrandt Van Rijn, algo inusitado que en los cinco años en que nos mantuvimos bajo su resguardo, no volvería a ocurrir.

En el inicio del segundo de esos encuentros ante la brigada manifestó la continuación del tema, con la alusión de que el aire que entraba en ese momento por la ventana y su ánimo aquel día le daría una sensibilidad diferente para abordar otros aspectos.

Era visible la dificultad para escucharse, a veces ensordecía su voz, él evocaba la explosión de una mina en Francia durante la guerra y nosotros – colegiales al fin – hacíamos muchas conjeturas de vulgaridad histórica.

En celebraciones oficiales y elogiosas que se le dedicaban, se mantenía de pie con los brazos holgando al frente y entrelazados al final en un cariñoso enrollado jónico de dedos, su postura en aquellos grandes momentos era honorable y a la vez como de física trucada, levitando, de auto transportación, anunciando que partiría inmediatamente de allí y aparecería en otro mundo de elfos y amazonas, con galerías y cuadros de discípulos a la sombra de los mangos.

 Pórtico de la biblioteca de la Universidad de Oriente.Pórtico de la biblioteca de la Universidad de Oriente.

Ya he desaprehendido, resignadamente al ¨golpe del tiempo¨, quién filtró en aquellos siderales días la fecha de cumpleaños del profesor Francisco Prat Puig, aunque seguramente la información debió guiarse desde el joven claustro de Historia del arte, departamento y especialidad que se fundaran principalmente con el peso de su personal contribución, donde se le apreciaba visiblemente y desde donde se nos enseñó a honrarlo como lo que era, una institución. (Fotos: Autor)

Prat encolerizaba como la ira de Zeus profiriendo fervorosos apotegmas “¡ No le está permitido dormir solo frótese los ojos ante tanta grandeza!”.Prat encolerizaba como la ira de Zeus profiriendo fervorosos apotegmas “¡ No le está permitido dormir solo frótese los ojos ante tanta grandeza!”.