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Estos importantes asuntos están hoy en todas las enseñanzas, en unas con la obligatoriedad de los planes de estudio y en otras con más facilidad para lo optativo como parte de las actividades extradocentes.

Cada territorio contiene y atesora una historia que ayuda a saber quiénes somos a partir de qué hemos hecho.

Muchas veces son sucesos que no trascienden el contexto local, que no se reflejan en las páginas de los periódicos, son como asuntos de familia que atañen e interesan a una pequeña comunidad.

Lo valioso es precisamente el significado que aquí tienen, al revelarle sentido a aquellos acontecimientos que parecían no tenerlo.

Si bien hemos resaltado en otras ocasiones, como un acierto anticipador del poblado, que cinco años después de su fecha de fundación oficial contara ya con sala pública de cine y teatro, lamentablemente no ocurrió así para la existencia aquí de la primera imagen escultórica del Apóstol que sólo nos llegó parafraseando aquella versión juvenil de ‘Los tres mosqueteros: 28 años después, al mediodía de 1948.

La omnipresencia actual de Martí: ese misterio que siempre nos acompaña, ha sido un legado y una construcción del devenir histórico del país, que a partir de la Revolución triunfante se desbordara por el ejercicio más pleno de su ideario.

Fue justamente el patio frontal de la Escuela rural cívico militar número 51, el terreno depositario que recibiría aquel advenimiento germinal y donde se ubicó el primer busto de José Martí en Sola.

Durante las celebraciones martianas, los alumnos y maestros de la Escuela número 44, el otro Centro primario que en esa época existía en el poblado, en formación recorrían la avenida principal hasta el sitial erigido al Apóstol en la Escuela 51. Era el punto de convergencia de ambos colegios para los homenajes dedicados a Martí del período.

Uno de aquellos niños nos relata cómo en ese habitual recorrido, al pasar frente al bar de Bouza, se ambientaba el desfile de alumnos con canciones patrióticas en la victrola del establecimiento y la directora de la escuela en tránsito, Caridad Villalba, se emocionaba tanto que le brotaban lágrimas.

La memorable iniciativa del aquel primer monumento a José Martí en Sola, “la Patria del corazón”, debe reconocerse a Rafael Lamelas Fernández Prada, quien siendo entonces estudiante de la Universidad de la Habana, no olvidó la escuela de su pueblo natal en que había cursado estudios primarios y desde donde fue precisamente el estudiante escogido para pasar una preparatoria en un centro educacional de Nuevitas, con el objetivo de realizar un examen competitivo, entre 40 alumnos más, cuyo primer premio otorgaba una beca para la Universidad de la Habana.

Además de la idea, de por sí especial e inédita, Rafael tuvo también el sensible protagonismo físico de gestionarla y traerla desde la capital, ya en Sola la imagen escultórica, y para su colocación, se hizo una colecta entre algunos pobladores que conocieron la primicia y generosamente Domingo González, un vecino con muchas habilidades manuales: mecánico, albañil…, de quien en esa necesidad de fabular de los pueblos sobre el pasado, se dice que conocía hasta de aviones, una novedad para la época y para el lugar.

Él también levantó con sus manos el pedestal que recibiría tan memorable reproducción y la parte del cuerpo que asociamos con los pensamientos e ideas, aunque a decir verdad, en Martí las ideas nos parecen venir desde el corazón o al menos pasan por él.

Quizás por ello congregué en un mismo viaje, anudando como eslabones al de la idea original, al que la ejecutó con oficio, a los que la apoyaron económica y anónimamente, a los niños que sirvió en su formación patriótica y estética, a los que guardaron un “secreto de familia”, a los que escribimos debientes y a los que construyen la memoria.

Nota: Para este artículo colaboraron los compañeros, Rodolfo “Nené” Rodríguez, Flérida Galbán, Martha Julia Lamelas Fernández, Osvaldo Armas.

Dibujo de Osvaldo Armas instructor de artes plásticas./Foto: AutorDibujo de Osvaldo Armas instructor de artes plásticas./Foto: Autor