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Foto: CubadebateFoto: CubadebateComo sucede a los de mi generación, cuando escucho el nombre de Camilo Cienfuegos, lo imagino en esa mítica foto al lado de Fidel, metralleta en mano, sentados juntos sobre el tanque. Sin embargo, yo sí tuve la oportunidad de ver a Camilo.

A mis cuatro años, recuerdo su sonrisa, la barba larga y el pelo corto sin sombrero. Mi padre, piloto militar, nos había recogido a mi prima Maru y a mí en la escuela. Camilo nos invitaba a dar una “vueltecita” en helicóptero, la cual se frustró por los gritos de mi prima al levantar vuelo el aparato en la pista de lo que después fue la DAAFAR. Sonriendo, pasó su mano por mi cabeza y quedó en invitarnos en otra ocasión. No sucedió.

De ese día, sólo queda materialmente en la familia la pequeña hoja de papel en la que escribió una dedicatoria a mi hermana mayor quien a esa hora y con 12 años asistía en el Instituto de Marianao a la fundación de la organización de base de los jóvenes rebeldes. La nota dice: “A Jackie de Camilo”.

Años después repasando las imágenes de aquella época, pude constatar que la Revolución Cubana fue icónica por sus ideas y sus hechos de renovación social tan afín a los sueños seculares de la inmensa mayoría de los cubanos como los de tantos hombres y mujeres en América Latina y el mundo, y lo fue también por la juventud, el optimismo inspirador y la belleza de sus líderes.

Siempre he creído que las barbas y largas cabelleras que se convirtieron después en estandartes de rebeldía juvenil en muchas partes del mundo, tuvieron tal vez su parte de raíz en la imagen triunfante de la joven Revolución Cubana.

De la desaparición de Camilo me llega el recuerdo de un cielo persistentemente gris, la tristeza inundándolo todo a mi alrededor; la imagen de tantos lazos que las pequeñas de la familia amarramos a las patas de los muebles rogándole al San Dimas que nos ayudaba a encontrar los juguetes perdidos, para que esta vez nos trajera a Camilo de vuelta. Fue esa también la primera percepción que tuve de que los dioses no eran tan poderosos como me habían dicho.

Han transcurrido seis décadas y un año y Camilo Cienfuegos sigue inspirándome. Tan poco que le tocó vivir en la victoria y tan inmenso el recuerdo que dejó grabado en nosotros, su pueblo, y que llega hasta a quienes jamás lo conocieron, a mis hijos y ahora, a mis nietos.

Y es que el valor, la sencillez, el ejemplo personal y la alegría que emana del acto sincero de entregarse sin reservas a construir lo nuevo y mejor para la felicidad de todos, serán siempre condición indispensable para un liderazgo capaz de vencer el tiempo y un recurso de inspiración y fe en las horas difíciles, para alcanzar la victoria. (Cubadebate)