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Foto: AutoraFoto: AutoraJunio, 2020.- Mi héroe, Anival Umpierre Umpierre, ya está en casa, y como me enseñaron que las promesas se cumplen, allí estaba yo, esperándole, para verle llegar cámara en mano y tal como lo soñé, tomé mi mejor instantánea, esa que guardaré con recelo, por eso ya puedo decir que tengo mi foto con ese valiente.

Bastaron unos minutos para que contaras cómo transcurrieron los días en Lombardía, Italia, levantándote cada mañana con el pensamiento de burlar la muerte y de cómo lograste salvar la vida de una mujer que perdió a su hijo y a su esposo, de su sufrimiento por no poderte abrazar ante sus lágrimas de agradecimiento.

Yo estaba como aquella italiana de la anécdota, con lágrimas en los ojos, escuchándote y tú sin darte cuenta de mi presencia, ante tanta gente, que quería saludarte, pero al fin llegó el momento esperado: el abrazo y mi foto.

Vi esa sonrisa de hombre de campo, aunque esta vez, oculta detrás de una mascarilla, sonreí también sin poderlo impedir porque burlaste a ese terrible enemigo invisible que lleva por nombre la Covid-19 y salvaste vidas, sin importar en que parte del planeta, igual que lo hiciste una vez, cuando el ébola en Guinea Conakry.

Esa noche los aplausos inundaron el silencio, disfruté el llanto de todos porque sabía que esas lágrimas eran de alegría y tú nervioso ante las cámaras, pero a la vez alegre, firme por la satisfacción del deber cumplido y el anhelo de volver a pisar ese suelo rojo que te vio nacer.

La humanidad seguirá necesitando siempre de héroes como tú y yo estaré eternamente agradecida de aquellas inyecciones que tanto mejoraban mi salud, y a la vez muy feliz porque mi héroe ya está en casa y mi foto dejó de ser una utopía.