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Foto: PLFoto: PLLa Habana.- Ahora que está llegando el sexto aniversario del fallecimiento el líder de la Revolución Cubana, Fidel Castro Ruz, y como modesta contribución a homenajearlo desde nuestras vivencias, considero oportuno remontarme a mis dos primeros encuentros con el Comandante en Jefe.

Por Nelson Domínguez Morera (Noel)

Coronel (r) que ocupó cargos de dirección en la Seguridad del Estado

Estos primeros encuentros con Fidel significaron mucho en mi quehacer revolucionario y me marcaron para toda la vida.

El primero, aconteció muy inmediato a los días jubilosos del triunfo revolucionario que él con tanto ahínco y estrategia logró concebir, iniciar, conducir y culminar. Era un día que no logro precisar su número en febrero de 1959, en la cafetería que hoy se denomina La Pelota, ubicada en calle 23 y 12 del Vedado, ya avanzada la madrugada.

Un grupo de casi adolescentes, participantes activos de las luchas estudiantiles contra el tirano Fulgencio Batista (1952-1958) en la Escuela Profesional de Comercio de La Habana, queríamos trasladarle un conflicto.

Ese asunto hoy lo considero ínfimo, intrascendente, y fue injusto haberle ocupado tiempo en la vorágine en la cual se encontraba, pero él en su inmensidad decidió atendernos de inmediato, como siempre hacía y después siguió haciéndolo con toda preocupación del pueblo, por mínima que fuera.

Estábamos muy nerviosos, a pesar de haberlo ensayado no sé cuántas veces, y nadie se decidía a exponerlo directamente por lo que abordamos a un afamado periodista de entonces que siempre procuraba acompañarlo.

Era José Pardo Llada -quien después traicionó, lo hacía de manera oportunista-, pero ahora, una vez impuesto del asunto, nos indicó con un gesto que lo viéramos directo con él.

Fue Néstor García Iturbe, el de más años entre nosotros, quien se determinó y lo abordó atropelladamente, mientras los otros participantes -Luisito Valdés Llerena y yo- quedábamos petrificados y estupefactos observando al Comandante, quien mientras atendía, devoraba una pizza con un gran batido en un ir y venir a zancadas limpias.

Él, siempre majestuoso, lo oyó detenidamente y enseguida nos orientó y prometió darle continuidad a través de Armando Hart, recién encargado como ministro de Educación.

Su siempre vigente función esclarecedora nos permitió no obnubilarnos con el tema, que pretendíamos imponer en el estudiantado, contra quienes asistieron a clases en los días finales de la dictadura, a pesar de nuestra convocatoria a huelga general e indefinida.

Nos predicó, con gran insistencia, que lo más importante era aplicar la unidad del pueblo y que los estudiantes revolucionarios éramos una parte fundamental en ese escenario.

DIEZ AÑOS DESPUÉS

El segundo, ya en otro contexto de asuntos más complejos, transcurrió 10 años después, luego de haber cumplido una misión por él orientada al Ministerio del Interior (Minint) en junio de 1969, en una diminuta isla del Caribe.

En esta ocasión, fue el comandante Manuel Piñeiro Lozada quien me condujo recién bajado del avión a la vivienda en que acostumbra pernoctar por aquellos tiempos, ubicada en la calle 11, esquina a 10, en el Vedado, y muy a pesar de lo transcurrido de la madrugada, tuvo la delicadeza de atendernos aunque ya se encontraba dormitando.

Fidel Castro atendió mi explicación justificándole alguna decisión que me fue necesario tomar y se apartaba de lo indicado por él, dado que un imprevisto me obligó adecuarla, exponiéndoselo con tal convicción que le satisfizo.

Me demostró con ello que a pesar de su inmensidad de jefe sumamente exigente y con mucha inducción, era capaz al mismo tiempo de razonar sin dogmatismo, flexible y lejos de ataduras.

Como en la primera ocasión 10 años antes, se mostró muy afable, cariñoso, ofreciendo a su interlocutor seguridad, intimidad, confianza, pero al final volvía a imponer siempre su magisterio alertándome no perder de vista, en lo sucesivo, las motivaciones por las que originalmente había impartido la orientación.

Surgió de nuevo como en aquel febrero del 59, su implacable acometida profética sobre la necesidad de la unidad, por encima de todo, en este caso con los pueblos caribeños.

Sobrevinieron otros encuentros más con Fidel, cada uno con sus enseñanzas y encanto particular, pero fueron estos dos primeros los que me mostraron inicialmente que no había equivocado mi camino cuando con su ejemplo, me sedujo a seguirlo sin límites desde mis 14 años. (Prensa Latina)