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Mayo, 2021.- Dignora Martí Florá, es de esas mujeres que le gusta quitarle el rocío a las plantas, su apariencia no revela esa cualidad, parece una dama que ni siquiera el sol ha tocado su piel, pero al contar sus desvelos por la salud de las plantaciones se delata como una verdadera mujer de labores agrícolas.

Y aunque no estudió nada relacionado con la agricultura, la tradición familiar heredada de sus padres la convirtieron en una apasionada por el cultivo y la tierra, por los que pierde la risa, el sueño y hasta el buen humor si no logra la vitalidad de sus plantas.

Con la alegría que se recibe a los amigos y la debida protección contra la COVID-19, la mujer risueña, instruida y servicial nos abrió las puertas de su casa, y asimismo nos incitó a saborear cada una de las frutas de su patio, lo que demostró su agrado por la visita, que la hizo dejar a un lado los quehaceres de su hogar.

Nos condujo al traspatio para que viéramos las ciruelas rojas, (exquisitas, por cierto) que pululan allí, los cebollinos, remolachas, habichuelas, maíz, plátano, mango, cereza, cilantro, cebollino, calabaza, melones y ajíes, todo eso sembrado con una correcta cultura del detalle.

Contó con mucho agrado como su padre Enrique, le enseñó a trabajar la tierra desde pequeña de como se logran las buenas cosechas y a pesar del poco tiempo que tiene para atender sus sembrados porque trabaja, nos detalló como dedica sus ratos libres a mantener todo limpio, cosa esta que disfruta mucho.

Dignora lamentó en más de una ocasión que la visita no hubiera sido en otro tiempo cuando reinaba el verdor de las plantas, porque ahora la sequía está en pleno apogeo, aunque allí no se nota mucho porque todavía el agua para el riego, aunque escasa, se mantiene.

Esta cubiteña sin miedo al surco, es la demostración genuina de cuanto se puede hacer cuando se quiere y de como sirve la tierra siempre y cuando la voluntad alcance para derribar fronteras. (Fotos: Autora)