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Foto: Cadenagramonte.Foto: Cadenagramonte.El 6 de octubre de 1976, Cuba se vistió de luto. 57 hijos suyos murieron en el que es considerado hasta la fecha el mayor crimen terrorista perpetrado en el hemisferio Occidental: la explosión del vuelo 455 de la línea Cubana de Aviación, procedente de Barbados y con destino final a la mayor de las Antillas.

Otras 16 personas fallecieron en el acto, a causa de dos bombas que hicieron estallar la nave y colocadas por orden de Luis Posada Carriles y Orlando Boch, al servicio de la Agencia Central de Inteligencia de Estados Unidos.

En Cuba, fueron millones los cubanos que lloraron, conmovidos, indignados, ante tamaño horror. La edad promedio de las víctimas de casa apenas rebasaba los 30 años, y casi la mitad de ellos eran integrantes del equipo juvenil de esgrima, que regresaban orgullosos y felices de ganar todos los títulos disputados en el IV Campeonato Centroamericano y del Caribe de esa disciplina.

Sin embargo, sus padres no pudieron abrazarlos, besarlos, ni tan siquiera llorar sobre sus cuerpos, pues de 73, solo lograron rescatarse ocho.

Pero como aseguró Fidel en el acto de despedida de duelo de las víctimas: “Frente a la cobardía y la monstruosidad de crímenes semejantes el pueblo se enardece, y cada hombre y mujer se convierte en un soldado fervoroso y heroico dispuesto a morir (…) No podemos decir que el dolor se comparte. El dolor se multiplica (…) ¡Y cuando un pueblo enérgico y viril llora, la injusticia tiembla!”. (Cadenagramonte)