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Foto: GranmaFoto: GranmaLa consolidación de la dignidad en Cuba está escrita con los caracteres indelebles del ejemplo personal. Entre los tantos motivos de orgullo por nuestra historia figura el hecho de saber que los próceres que nos antecedieron iluminaron la senda a seguir a través de la expresión en primera persona de cuanto se debe hacer en el momento indicado.

Por eso Céspedes dejó la comodidad burguesa y se fue a la manigua, por eso Martí fue a combatir y morir en Dos Ríos, por eso a Abel le arrancaron los ojos unos asesinos inspirados por el odio batistiano y sus mentores yanquis, por eso Fidel no abandonó en el mar al expedicionario del Granma ni a ningún ser humano después.

Puede que la Revolución Cubana constituya el mayor reservorio de la prédica mediante el ejemplo personal durante el siglo XX y el siglo XXI en el planeta. Se cimentó en un precedente ético, en la actitud consecuente con su pueblo y en el reclamo de la historia.

Che, Camilo, Fidel, Raúl, Almeida... son grandes hombres de este proceso social, entre otros seres de tamaña dimensión y otros muchos de nombre anónimo, pero quienes no cejaron nunca en adoptar la decisión correcta en el momento justo, al dictado de una conciencia y unos valores forjados y desarrollados en la entrega a la causa de la mayoría.

En tanto continuidad de la Revolución que es, la actual dirección del país participa de semejante espíritu de ofrendarse al pueblo y tomar cada decisión con la limpieza moral absoluta que significa seguir un ejemplo y, a su vez, convertirse en él.

Desde los primeros días de su mandato, el Presidente Miguel Díaz-Canel ha corroborado a los cubanos, en primer lugar, y además al resto del mundo, que es de la estirpe martiana y fidelista. Con gente así no hay lugar para traiciones, ni para alejarse de las urgencias de su pueblo.

La más reciente muestra de la comunión entre él y ese pueblo (evidenciada en cada visita suya a las provincias, con múltiples expresiones de confraternidad) ha sido el proceso recuperativo del desastre provocado por el tornado de elevada intensidad que afectó a cinco municipios de La Habana.

El Presidente cubano está actuando como un hombre de bien, un dirigente comprometido que sigue el ejemplo de fidelidad y entrega preconizado por el líder histórico de la Revolución Cubana y  por Raúl.

El pueblo ha agradecido su desvelo, traducido en la entrega total (mañana, tarde, noche y madrugada).
De ese mismo impulso, de similar convicción y semejantes métodos de acción, Díaz-Canel ha imbuido a su Consejo de Ministros –al pie del cañón cada día después del desastre– y a las estructuras políticas y gubernamentales de La Habana.

No es chovinismo, solo la constatación de la verdad: ningún gobierno actual en el mundo –por rico que fuere, y no es el caso por supuesto de este: un país pobre, tercermundista y asediado cada instante por la mayor potencia económico-militar del planeta– sería capaz de proceder con la diligencia, el respeto, la preocupación total por cada uno de los seres humanos perjudicados por una tragedia semejante.

Trump le lanzó papeles sanitarios a los puertorriqueños para que se consolaran por la devastación del huracán María y, años atrás, cuando el Katrina azotó Nueva Orleans, la Casa Blanca ignoró a los pobres, desinteresándose del todo de los destinos de la mayoritaria población negra.

Solo un gobierno inspirado y hermanado con el ejemplo histórico de la causa independentista, con la guía y la actitud de Fidel y Raúl en cada momento de dificultad, y con el apoyo de la inmensa mayoría de su pueblo, puede alcanzar un logro así.

Por cosas como estas, tan grandes, tan sencillas, solo dables en mi país; porque no me dejarán abandonado si caigo al mar o si mi casa la destruye un tornado, respaldaré a mi Constitución el próximo 24 de febrero y continuaré defendiendo mi Revolución. (Con información de Granma)